martes, 1 de enero de 2013

2013/03/31 Os haré salir de vuestros sepulcros

                  Introducción. Domingo de Pascua, toda la liturgia invita al gozo y a la alegría. El pregón pascual resuena en mi memoria. "Exulten los coros de los ángeles...Gloria, Gloria. Gloria al Señor". Toda la tierra se levanta del sepulcro. La muerte es vencida por la resurrección de Cristo. Tenemos razones para la alegría y la esperanza. Nuestros ojos han sido testigos del paso, de la Pascua de Jesús por la vida de las personas con las que hemos compartido estos días santos. Abro la puerta de mi parroquia para decir la misa de la tarde, huele a incienso de la Vigilia Pascual, las flores que adornan la Iglesia están frescas y bonitas. Y veo que hay un coche en la esquina, se abre la puerta, y un señor mayor se acerca. ¿Padre podría hablar con usted? Por su expresión noto que no es de alegría ni  de la pascua de lo que me quiere hablar.¿Podríamos celebrar un funeral por mi nietecita? Y en dos segundos el ambiente Pascual se transforma en escucha, en compasión, en dolor compartido al escuchar otra nueva historia de muerte, de dolor, de sepulcro. Sale de mi una disponibilidad, una ternura por ese hombre que me introducen en una nueva comprensión de lo que significa la Pascua.



                Nos encantaría que la resurrección de Jesús nos trajera como resultado un mundo ausente de dolor, de pena de muerte. Que ya no hubiera lágrimas en los ojos, ni cicatrices en los corazones. Que la palabra nunca se convirtiera en mentira, ni las personas en amenazas. Pero no es así. La vida sigue, y con ella la fragilidad, las noticias que nos paralizan, las derrotas y las caídas. Seguimos un largo camino, no hemos llegado todavía a la meta. Seguimos siendo peregrinos caminando por el mundo. Pero ya no vivimos solos, no recorremos solos nuestro camino. El resucitado nos acompaña. Y nos recuerda a cada paso que la meta sigue clara, luminosa, abierta. Los brazos misericordiosos de Dios que nos espera, que sale a buscar nuestra silueta en el horizonte para cubrirnos a besos y abrazos, y dar alivio a nuestro cansancio.


Lo que Dios nos dice. "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedades y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Entonces dice a sus discípulos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies". Mt 9,35-38. 

Jesús vivía continuamente el contraste entre lo que Él sentía de pasión, de compañía de Dios, de amor, y al mismo tiempo era sensible a la falta de vida que había a su alrededor. Tanta tristeza en los rostros, tanta pregunta sin respuesta, tanta pena en las almas. Su misión era devolver la alegría a los rostros y la paz  los corazones. Y resucitar significa confirmar con más claridad todavía,  que la personas tenemos que conocer la buena noticia que nos devuelve la esperanza. Es el tiempo de pascua un tiempo de caminar, de recorrer las distancias que hay entre un corazón capaz de afrontar con esperanza algo tan difícil como la enfermedad, la muerte, la soledad.  O por el contrario seguir aplastado por el peso de la losa que envuelve la humanidad, en la que vivir es un lotería. Se puede ser dichoso mientras la suerte te deje vivir sin aparente dolor. Pero muy fácilmente amenazada por la fragilidad de nuestra confianza.


 Mientras los hombres no se sientan hijos de un Dios que los ama, mientras no veamos a los demás como hermanos, mientras no ahuyentemos los miedos y los alejemos de nuestras vidas porque el amor los expulsa fuera, tendrá sentido este  tiempo de Pascua, de misión. Pedir al dueño de la mies no que envíe a otros trabajadores, sino que los que estamos ya en la viña, nos sintamos obreros, amigos, que acojamos con responsabilidad las tareas y los servicios que se nos confíen. Hay que pedir que aumente nuestra disponibilidad, nuestro riesgo, nuestra creatividad. Vivir como resucitados, a los que nos sigue afectando la fragilidad de lo humano, pero seguros que nada ni nadie nos podrá apartar del regalo de la victoria sobre la muerte, de la fiesta a la que somos invitados para toda la eternidad.


"Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos; un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo-lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor." Is 25, 6-10.


               Cómo podemos vivirlo. "Por eso profetiza y diles: Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago-oráculo del Señor-. Ez 37,12-14. 

Sepulcro es todo aquello que me hunde, que me atrapa, que me aleja de la luz. Hay pensamientos que son de muerte, los juicios, las condenas, los reproches. Hay miradas que son de sepulcros, y salir de los lugares de muerte pasa por dejar que entre la fuerza y la frescura del Espíritu. Estamos en el tiempo de aprender a dejar lo viejo, lo enfermo, y abrirnos a la novedad a la que nos invita el Señor.

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