LA CONVERSIÓN DE LOS BUENOS.
Introducción.
Cuando aparece la palabra conversión en el horizonte de la cuaresma siempre se
activa un cierto ambiente de tristeza, de pesimismo, de culpabilidad. Como si
el punto de partida de la relación que tiene Dios respecto a nosotros sea de
negatividad. Y las relaciones aprendidas por nosotros, que se derivan de esa
relación “original”, también estuvieran contaminadas de la duda, de sospecha,
de desconfianza. Y este ambiente sería contradecir, y falsear la Palabra de nuestro Dios que cuando habla de
nosotros dice que “Vio que somos buenos Gn 1,31”. No podemos relacionar cuaresma
con la búsqueda continuada de pecados, de fallos, de errores. Cuantas veces
nuestros exámenes de conciencia se vuelven una mini extorsión, un estar
obligados a encontrar pecados, maldades, miserias, en vidas que están
proyectadas en muchísimos casos al amor y al servicio. No es cierto el dicho de
piensa mal y acertarás. En el corazón y en la mirada de Dios sólo puede haber
buenos pensamientos y esperanzas hacia nosotros. Y nos invita a tener esa misma
mirada esperanzadora hacia nuestros hermanos.
Hay
veces que cuando me siento a confesar me entristezco al escuchar determinadas
imágenes de Dios que se alejan tanto del que nos presentó Jesús. Si fuéramos
personas odiosas que nos pasamos la vida dañando, corrompiendo, explotando,
violando, en una opción clara por la destrucción y en contra de Dios entendería
un mensaje que sin concesiones que me mostrara la gravedad de mis actos y las
consecuencias de dolor y de sufrimiento que provoca mi vida. Agradecería
profundamente la valentía de las personas que se juegan su amistad, y su
confianza para abrirme los ojos, y mostrarme la verdad de mi vida. Pero cuando
nuestros intentos reales de amar, de hacer bien nuestro trabajo, nuestras
responsabilidades, ocupan todo nuestro tiempo y nuestras energías, cuando la
vida notamos que se va desgastando, se va invirtiendo, entregando, en largas
jornadas cargadas y llenas de amor, me suena una verdadera falta de respeto, hablarnos
como a pecadores, pendencieros, y asesinos de Cristo.
Hay
ciertos estilos de predicación en nuestra Iglesia que en vez de ser Buenas
Noticias, son terrorismo emocional, manipulación psicológica y que dañan los
más sagrado y divino que hay en las personas que son su conciencia y su
libertad. Parece que al gritar, o al ser vehemente, o al usar palabras que
descalifican, tenemos más verdad y más credibilidad. Lo verdaderamente
Kerigmático no es el temor, el miedo, la amenaza. No hay nada que mueva tanto
los corazones como el amor. Por eso todos podemos buscar caminos de conversión
pero que no nacen del miedo, sino del amor. Del deseo de amar más, de compartir
más, de vivir más alegres, de acoger más al otro, cómo nos sentimos acogidos
por la infinita misericordia de nuestro Dios. Y cambia radicalmente el ambiente
de la cuaresma, porque sí que se entiende como un tiempo de Gracia, de renovada
ilusión de parte de Dios por rescatar de nosotros todo lo bueno y todo lo santo
que el mismo nos ha dado.
Lo que Dios nos dice. “Sin embargo, se trata de un tesoro que guardamos en vasijas de barro,
a fin de que nadie ponga en duda que la fuente de este poder extraordinario
está en Dios y no en nosotros. Es verdad que por todas partes nos acosan, pero
no hasta el punto de dejarnos sin salida; estamos en apuros, pero no como para
ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados al
peligro; nos derriban, pero no consiguen rematarnos. Por todas partes vamos
reproduciendo en nuestro cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que en este
mismo cuerpo resplandezca la vida de Jesús”. 2ªCor 4,7-10.
Siempre
me ha iluminado mucho la imagen del tesoro escondido en una vasija de barro,
porque me explica de una forma muy clara como las materias que nos constituyen
son muy humanas y muy divinas. El barro es un material común, frágil, que se
quiebra y se rompe. Que mancha y ensucia, muy cerca de la tierra, del humus,
del estiércol. Somos barro que al Buen Dios por pura iniciativa, por pura
compasión ha querido besarlo, dotarlo de vida, insuflarle su propio Espíritu y
convertirlo en un ser vivo. Y de la mano, desde la libertad, si queremos,
llegar a hacernos Hijos de Dios.
El
tesoro que envuelve el barro es la vida, es el amor, es todo lo divino que por
pura gracia se nos ha dado, todas nuestras capacidades de crear, de compartir,
de amar, de sentir, de darnos. El tesoro es nuestra capacidad de comunicarnos, de
sacar de nosotros mismos las palabras, los gestos, las decisiones, que ayudan a
construir ambientes de Reino de Dios. El tesoro es el arte, la belleza que
somos capaces de reconocer y de crear. El tesoro es la alegría y la felicidad
que aunque muy frágil y a veces fácil de perder, nos va regalando esta
historia. Momentos donde catamos lo que es el cielo. Paraísos en nuestra
historia. Momentos de eternidad robados al barro, a las desgracias, a los
sufrimientos. Manantiales que brotan en medio del desierto de la historia.
Hombres y mujeres de los que el mundo no
es digno, que transforman la mezquindad y el ahorro de amor, en derroche, en
regalo en sorpresa. Tesoro son las personas que no son previsibles, que no hacen
lo que se espera de ellas, que no copian modelos aprendidos. Sino que son
capaces de sorprender, de romper para reconstruir. Que no temen ni la tormenta,
ni la crisis, porque saben que llega la calma y la oportunidad.
“Queridos
hijos, Dios es la fuente del amor: amémonos, pues, unos a otros. El que ama es
hijo de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es
amor. Y Dios nos ha demostrado que nos ama enviando a su Hijo único al mundo
para que tengamos vida por medio de él. ¿Qué donde radica el amor? No en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para
que nos alcanzase el perdón de nuestros
pecados”. 1ª Jn 4,7-10.
Cómo podemos vivirlo. Me
encantaría que nuestra experiencia de la confesión, de acercarnos al sacramento
de la reconciliación lo viviéramos como una fiesta, nunca como un
interrogatorio. Qué lástima que no nos confesemos por el miedo y la distorsión
del verdadero rostro de Dios. Nos perdemos uno de los momentos más
privilegiados de experimentar su abrazo que reconstruye, que sana, que cura. Sí
que lo experimentó la mujer adúltera, y si nos pudiera contar lo que
experimentó hablaría de gozo, de reconstrucción, de sentir un amor nuevo,
desbordante, que lo inunda todo. No hablaría de normas, de consejitos, de
terapias, de moralinas. Feliz cuaresma que nos invita a encontrarnos con el perdón
y la misericordia de Dios.
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