Introducción. Este tiempo de Pascua es ideal para hablar de qué es la Iglesia, de cuál es su identidad, su misión, su lugar y su papel en el mundo. Porque el nacimiento de la Iglesia como comunidad de testigos de la resurrección surge precisamente del encuentro con el resucitado. Antes de ese encuentro lo que había era un grupo de amigos, atraídos y cautivados por Jesús, por su mensaje, por sus palabras, por sus gestos. Todos los discípulos cambiaron sus proyectos personales por el seguimientos de Jesús, y día tras día se iban forjando una imagen, unas expectativas sobre lo que podían vivir junto a ese hombre. Sueños de liberación, de grandeza, de primeros puestos, de expulsar el dominio de los romanos. Pero toda esa ilusión se ve truncada de golpe con la muerte y la cruz. Todo aquello en lo que habían depositado sus ilusiones se derrumba. Y el fruto de ese fracaso es la deserción, el abandono del proyecto, el reinventarse cada uno y el buscarse la vida. Y la ruptura y la fragmentación de la comunidad. Pero algo muy grande vivieron esos hombres que los que huían cambiaron el rumbo y se comprometieron. Lo que estaban paralizados por el miedo ser sintieron capaces de proclamar abiertamente la fe en el Señor.
Lo que Dios nos dice. El primer fruto de la resurrección es que
Jesús resucitado se va en busca de las ovejas perdidas, de los corazones
decepcionados, de las lágrimas de sus discípulos, y la alegría les devuelve la
ilusión por el compromiso.
"Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió : Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Jn
20, 19-23.
Jesús recorre el camino que va de la muerte, del sepulcro,
de la soledad, a la fuerza de la comunidad, del anuncio, de la alegría del
Espíritu. Con la ascensión de Jesús al cielo y con Pentecostés queda inaugurada
la función de la Iglesia. Ahora toca a los discípulos la misma misión que a
Jesús.
"Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a
proclamar el año de gracia del Señor. Y , enrollando el rollo y devolviéndolo al
que lo ayudaba, se sentó. Y Él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta
Escritura que acabáis de oír". Lc 4,16-21. De la misma manera que
Jesús recoge el encargo y la misión que ya Isaías había pronunciado, los apóstoles
comenzaron a vivir y a actuar como Jesús, continuadores de su obra, de su
sueño. Ayudados en todo momento por el Espíritu de Dios. "Por mano de los apóstoles
se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían
con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a
juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el
número de creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se
adherían al Señor. La gente sacaba a los enfermos a las plazas, y los ponía en
catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera
sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén,
llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados".
Hch 5,12-16.
Hemos atravesado una muy larga travesía que dura XXI
siglos en los que podemos reconocer de todo,
luces y sombras. Pero algo que no hay duda que se ha logrado es mantener
el depósito de la fe. La Palabra y el mensaje siguen intactos sin manipulaciones,
ni recortes. Es cierto que este colectivo humano, como todos, está
permanentemente amenazado por las grandes tentaciones que afectan al corazón de
los hombres. El apego a las riquezas, a
los honores, a los placeres, y al poder. Está formada la Iglesia por un tejido
humano que es capaz de trasmitir la vida de Dios y al mismo tiempo vivir con
todas la imperfecciones propias de la humanidad. Las mismas tentaciones que
refleja el Evangelio que sufrió Jesús. Pero en medio del barro también se
reconoce el tesoro. De los miles de hombres y de mujeres que han dado su vida
para poder llevar la buena noticia a los más desfavorecidos. Hombres y mujeres que
desde la grandísima riqueza de carismas que es la Iglesia viven al servicio y
la entrega por los demás. Sería injusto no reconocer la labor de la Iglesia en
la construcción de occidente. En la cultura, en la inspiración política, en los
derechos humanos, en el mundo de la educación, en el de la sanidad, en la
aportación al mundo del arte. También somos conscientes de la larga lista de
peticiones de perdón y de entonar el mea culpa que tenemos que hacer. Pero es
una institución dinámica, que es capaz de reunirse como en el año 1965 en el
concilia Vaticano II y repensar, reinventarse, cambiar. Una y otra vez
volviendo a los orígenes. Y en la actualidad con la elección del Papa Francisco
pues nos invita de nuevo a una vuelta a la sencillez, al cuidado y la atención
de los pobres. A buscar más la periferia que el centro. El servicio que el
poder.
Cómo podemos vivirlo. Pues desde la
alegría."Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que
vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe;
sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de
gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que
supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús". Fil 4,4-7.
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