BUSCANDO LAS COSAS DE ARRIBA 12/05/2013
Introducción. Que fácil resultaría nuestra vida si desde el mismo momento de nacer
tuviéramos inscrito un código de barras o una etiqueta en la que se definiese
cual es nuestro papel en el mundo, nuestra vocación, nuestra identidad. Vivir
felices sería tan fácil como leer la etiqueta, y desde niños potenciar y
entrenar lo que nos hubiera tocado. Si es jardinero pues rodearnos de semillas,
de tierra, de herramientas. Si es químico de un laboratorio. Y si es camarero
de botellas, copas, y platitos llenos de cacahuetes y gambas. Nos evitaría esa
difícil tarea de construir toda nuestra vida a golpe de decisiones, de
elecciones, de fracasos y éxitos, errores y aciertos que nos van definiendo.
Pero
lo cierto es que no es así. Nadie nace determinado, predestinado, o diseñado
para ser tal o cual cosa. Nuestra vida es el regalo increíble, único, irrepetible, al que tenemos que prestar
atención para desarrollar todas las capacidades que nos han sido dadas. De los
millones de personas que han recorrido nuestro mundo nunca nos vamos a encontrar con una como nosotros. Podemos
tener ciertos parecidos, sintonía, química, llevarnos bien, pero nunca vivimos
las mismas circunstancias, las mismas familias de origen, o no afrontamos de la
misma manera las alegrías o las tristezas.
Tenemos por delante una tarea inevitable, que no podemos aplazar, y es la de
descubrir cuáles son los talentos que hemos recibido, y cuáles son las mejores
circunstancias para ser dichosos, de rendir al máximo nuestros talentos y
capacidades al servicio de los demás. La fe nos ayuda muchísimo para encontrar
respuestas a esas preguntas ineludibles a lo largo de la vida. Nos vamos
construyendo a golpes de libertad, de decisiones, de riesgos. Con todos los
aciertos y los errores propios de nuestra libertad. Sería mucho más fácil
reproducir en nuestras vidas los comportamientos heredados, sin preguntarnos,
sin cuestionarnos, pero nuestra personalidad se niega a ser copias, clones, sin opinión, sin criterios propios. Y
ahí es donde aparece la maravillosa individualidad. Ahí es donde aparece el
misterio de la libertad y del amor acompañado de Nuestro Dios.
Lo que Dios nos dice. "Apenas
se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu
de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los
cielos que decía: Este es mi hijo amado, en quien me complazco". Mt
3,16-17. Jesús también fue recorriendo el camino de ir descubriendo
progresivamente cual era su identidad, como nosotros hasta llegar a vivir con
la identidad nueva que Dios le regaló. Ser hijo amado. "Todavía estaba hablando
cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube
decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo". Mt
17,5. Es el Espíritu el que nos
desvela la verdad más profunda sobre nosotros mismos, sobre Dios, sobre el
futuro sobre todo lo que a nosotros se nos vuelve misterio, difícil de
entender. Es el Espíritu el que lo traduce de forma comprensible y clara. "Del mismo modo, el Espíritu acude en
ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que
escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión
por los santos es según Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su
designio". Rom 8,26-28. Esa confianza hace que nos podemos desplegar
de una manera insólita, sin miedos ni temores. Saber quién soy, hijo amado y
deseado de Dios, ayuda mucho en los discernimientos de nuestra vida. Nos aleja
de las orfandades, de las soledades, de los complejos, de las faltas de
autoestima. Porque las decisiones que tomamos nunca son neutrales. O nos hacen
crecer en unos frutos de vida y de dicha, o nos hieren, nos meten en círculos
destructivos que nos entristecen y afean.
"Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es
la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por
ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!
Y pocos dan con ellos. Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de
oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso
se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da
frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar
frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. Por sus frutos los
conoceréis". Mt 7, 13-20. Los frutos es lo más auténtico que damos las
personas y que sembramos en los corazones. Los frutos no es la apariencia, no
son los títulos, los logros, la imagen externa que proyectamos. Jesús habla de
lobos con piel de oveja. Personas que se esfuerzan por aparentar una cosa y en
lo profundo son otra. Sepulcros blanqueados
que llevan herrumbre en lo más profundo aunque sus palabras están cargadas de
buenas y bonitas palabras. "En verdad os digo que los publicanos
y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino
Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en
cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto,
vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis". Mt 21,31-32.
Cómo podemos vivirlo. "Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con
Cristo escondida en Dios". Col 3,1-3. Se termina el tiempo de
Pascua, recibimos al Espíritu en Pentecostés, para no vivir ya como esclavos, o
como hijos pródigos fuera del hogar. Sino como hijos muy amados, muy cuidados,
muy acompañados por el amor de Dios del que nadie nos puede separar.
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