LA FUERZA DE LO DEBIL. 20/10/2013
Introducción. Que el evangelio que hemos
proclamado en la fiesta del Domund sea el de la viuda que le pide justicia al
juez injusto me ha dado mucha luz para descubrir el verdadero espíritu de la
misión. La viuda encarna la pequeñez, la fragilidad, el desamparo. Como nos
sentimos muchas veces nosotros frente a los grandes retos que nos presenta la
vida. La impotencia que sentimos frente al sufrimiento de los que queremos, el
no saber qué decir, cómo ayudar, el no poder ser respuesta frente a las
peticiones que nos llegan. Los misioneros no somos héroes, con súper poderes,
armados de fuerza o de seguridades, sino personas conscientes de nuestra
fragilidad, pero que se apoyan diariamente en la fuerza que nos da el Señor. "Todo
lo puedo en aquél que me conforta". Filp 4,13.
Cuando Jesús enviaba a sus discípulos siempre
les invitaba a la desposesión y a la sencillez. No vamos armados de recursos,
de estrategias, de maravillosas ofertas irresistibles, sino de la simplicidad y
de la confianza de sentirnos llamados y ungidos por el amor de Dios. Él nos
capacita para el desempeño de una misión que no se basa en los talentos ni en
las habilidades, sino en dejar traslucir la bondad y el amor de Dios del que es
portadora nuestra humanidad. Cuanto menos lentejuelas, y menos espejitos
deslumbren, y cuanta más sencillez y autenticidad traduzcan nuestras vidas, más
creíble se mostrará el tesoro del que somos portadores. Por eso lo que se exige
a nuestra Iglesia no es que despliegue grandes planes logísticos, ni
masificadas actividades pastorales, sino el pequeño rebaño alegre, sencillo,
que tiene a Jesús en el centro de sus energías, de sus esfuerzos, de sus
afectos.
Lo que Dios nos dice. "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad
demonios. Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. No os procuréis en la faja
oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni
sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento". Mt 10,8-10.
Todo lo que les pide Jesús a sus discípulos es
imposible para ellos. No está en nuestras manos resucitar, expulsar demonios,
sanar a los enfermos. Si se apoyaran en sus propias fuerzas, todos los
discípulos se habrían sentido indignos y habrían abandonado al Señor. Pero
entienden desde el primer momento que no son ellos los protagonistas de una
tarea tan grande. Son colaboradores, necesarios, pero el que hace los milagros,
el que sana, el que cura, es el Señor.
"En definitiva, ¿qué es Apolo y qué es Pablo?
Servidores a través de los cuales accedisteis a la fe, y cada uno de ellos como
el Señor le dio a entender. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo
crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino
Dios, que hace crecer. Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo
de Dios, edificio de Dios". 1ª Cor 3,5-9.
Desde la alegría por la inmensa confianza que
deposita el Señor en nuestras vidas, sabernos llamados a trabajar en la viña
del Señor, es compartir de forma gratuita la alegría de sabernos amados,
sanados, reconciliados. El mensaje que se nos invita a compartir es el mismo de
María en el Magníficat.
"
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava, Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones". Lc 1,46-48.
Sentirnos misioneros no depende tanto de geografía,
de en qué latitud del mundo nos encontramos, sino del deseo sincero de
compartir con los que nos rodean las buenas noticias, sencillas y cotidianas,
que diariamente la fe nos regala reconocer. Estar vivos, tener amigos que nos
rodean, vivir acompañados, tener talentos y capacidades para hacer de este
mundo un lugar más humano.
"Pero
llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas
no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo
la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo". 2ª Cor 4,7-10.
Ser portadores de buenas noticias no significa que no suframos, que no
nos duela la vida, o que la fe nos preserve del dolor, o de la soledad. Lo que
sí que nos regala sentirnos colaboradores de Dios, es poder vivir agradecidos
por ser testigos privilegiados del paso de Dios por la vida de tantas personas
que se sanan, que se liberan, que transforman sus desiertos en fértiles valles,
y su luto en danzas contagiosas. Hay que pedir al dueño de la mies, que los que
ya estamos en la mies, nos sintamos obreros. Que dejemos de ser espectadores, y
pasemos a ser protagonistas de esta historia de amor.
Cómo podemos vivirlo. Los misioneros no
somos personas exigidas y agobiadas por querer solucionar de golpe todos los
problemas del mundo, como si de magia se tratara. Claro que nos encantaría
erradicar el hambre del mundo. Claro que nos encantaría que el drama de las
pateras y los inmigrantes muertos en el Mediterráneo nunca más volviera a
ocurrir. Que todas las guerras se acabaran, que solo hubiera gritos de alegría
y lágrimas de felicidad. Pero hasta que eso ocurra, los misioneros invertimos
lo mejor de nuestros esfuerzos en intentar mejorar las realidades cercanas que
nos rodean. Por eso podemos sentirnos misioneros todos.
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