ESPEJOS VIVOS. 22/09/2013
Introducción. Cuando reconocemos por la
fe, la confianza tan grande con la que Dios trata a la humanidad, y las
posibilidades extraordinarias que nos ha dado para poder ser imagen y semejanza
suya, reflejos de su amor en el mundo, en la historia, siento que no valoramos
suficientemente el valor de cada una de nuestras vidas. Estoy profundamente
agradecido a Dios de que Él sea el más firma entusiasta y el más fiel
amante de la humanidad. Está convencido de nuestra capacidad de amar, de crear,
de sentir, de acoger, de proteger y de perdonar.
Somos
nosotros los que a base de chascos y de
decepciones hemos dejado de creer en lo que somos capaces de sentir, de vivir,
de crear. En general cuando nos referimos a nuestros prójimos, por las expresiones
que utilizamos, y el tono que empleamos, se nos cuela mucho cansancio, mucho
escepticismo, mucho pesimismo antropológico. Cuanta crítica y cuanta
descalificación se lanza gratuitamente, generalizando los juicios y las
denuncias. Cuanta desconfianza e indiferencia ante las instituciones tanto de
carácter político, religioso, sindical, o deportivo. Lo colectivo está en
desuso. Ya no esperamos nada de casi nadie. En demasiados casos hemos puesto
nuestra confianza en promesas que nos han hecho, en proyectos que pedían
nuestro compromiso, nuestra fidelidad, y el resultado no ha sido el esperado. Y
poco a poco nos alejamos de todo lo que signifique fiarnos, comprometernos, ponernos
en la manos de otros.
Nuestra
elección como compañeros de vida es a nosotros mismos. Nos volvemos
autosuficientes, individualistas, egocéntricos. Tomamos en cuenta a los demás
en la medida que podemos sacar algo de beneficio y de provecho, pero el sueño
del amor, del ser uno, del para siempre, se hace añicos, cuando la evidencia nos
habla continuamente de rupturas y fracasos. Y nos cuesta mucho volver a
confiar, volver a creer.
Por
eso descubrir con novedad la mirada misericordiosa ,que tiene el Señor sobre
nosotros, que renueva, que regenera, que transforma, y la ilusión con la que
acompaña toda la historia de la humanidad, y de nuestra vida personal, nos
devuelve el deseo de creer, de soñar.
Lo que Dios nos dice. "Y
vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén
que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha
adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía: He aquí la morada de Dios entre los hombres,
y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el Dios con ellos será su
Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está sentado
en el trono: Mira, hago nuevas todas las cosas". Ap 21,1-5.
Es
verdad que todo puede ser nuevo si la mirada con la que se observamos la
realidad que tenemos delante se renueva. No es de ingenuos o de ilusos
descubrir la cantidad de cosas valiosísimas que diariamente ocurren delante de
nosotros. Si estamos esperando lo extraordinario, lo espectacular, lo
exclusivo, pues puede que no pase nada. Pero si estrenamos la vida cada día, si
olvidamos lo que pasó ayer, y hoy, con olor a recién hecho, nos abrimos a las
personas, a las circunstancias con novedad, descubriremos cuanto de Dios se
refleja en cada una de ellas.
"El
que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me
ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de
profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de
justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno
de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no
perderá su recompensa". Mt 10,40-42.
Está
hablado Jesús de algo sencillo, de algo posible, de dar un vaso de agua, de
escuchar, de sonreír, de abrazar. Nos molesta la gente cuando llenamos de
expectativas las relaciones, y no se cumplen, y nos decepcionan. Pero cuando no
espero nada, cuando la gratuidad sustituye al interés. Cuando vemos que es
sorpresa, que es milagro el encuentro con el otro, entonces tengo la suficiente
perspectiva para descubrir que los demás somos un espejo vivo en el que se
podemos encontrar a Dios. Las personas traducimos a los demás los rasgos del
corazón de Dios, los positivos cuando dejamos fluir la escucha, la comprensión
y la acogida, y en los negativos, tratados con misericordia y compasión, la
falta de Dios en los corazones, y la dolorosa corrupción que se vive en las vidas
de las personas cuando se sustituye el amor por el egoísmo, la soledad y la
soberbia.
"Entonces,
Moisés exclamó: Muéstrame tu gloria. Y él le respondió: Yo haré pasar ante ti
toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco
de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero. Pero mi rostro no lo puedes
ver, porque no puede verlo nadie y
quedar con vida. Luego dijo el Señor: Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre
la roca. Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca y te
cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando retire la mano,
podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás". Ex 33,18-23.
Cómo podemos vivirlo. Nuestras vidas
van traduciendo a los demás el Dios con el que nosotros vivimos. Somos las
cartas vivas que se pueden ir leyendo con claridad. Mensajes claros y sencillos
en los que vamos narrando nuestra experiencia de sentirnos acompañados, seguros
de la bondad de la vida, y de los regalos que Dios nos hace. A veces hay
conflictos, cansancios, sufrimientos, pero de todo ello aprendemos a ser
pacientes, compasivos y comprensivos como Dios mismo lo es.
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